Inolvidable

 Aquella primera vez resultó ser inolvidable. Durante toda su vida le acompañaría el suave eco de la caverna. La forma de trinar de los pájaros, la manera en la que el cántico resonaba en las paredes de roca, para siempre en el fondo de su cabeza. La suave risa al fondo, donde no podía verla pero sí oírla y parecía que siempre estaría esperándole al fondo. Pero también los tambores. El sonido de que algo malo acechaba, aproximándose, porque no podía venir nada bueno de ese sonido y en cualquier momento tendría que abandonar la cueva para siempre. 
Y volvió al mundo real. 
Y los tambores con él.

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