Pilares.

 Dentro de mí hay una cajita de tristeza.

Se ha ido llenando con los años. Era injustamente pequeña cuando apareció por primera vez porque alguien se fue. Solo quedó de ella esta cajita. Al principio, se desbordaba. Estaba siempre abierta, y radiaba y radiaba y radiaba nostalgia. Me comía. La empujé al fondo, hay que vivir, ¿sabes?, la empujé al fondo y poco a poco radiaba y radiaba menos. Me empapaba menos. Se podía vivir.

La cajita ha vuelto. Ha vuelto de repente y ha vuelto muy fuerte. A veces, a ratos, no está siquiera abierta. La noto cerrada, ocupándome el pecho, bajo el esternón, haciéndose hueco en las costillas. Los primeros días, no había más que la caja. Me hacía daño en los huesos y radiaba oledas tan duras que a veces se me secaban los ojos antes que ella.

La caja pesa. La caja pesa porque quería mucho a su dueña, supongo, y ella también me quería a mí. El caso es que la dueña ha tenido que irse, eso no es lo trágico, todes nos vamos al final. La tragedia es la nostalgia.

Nostalgia significa literalmente en griego dolor por el hogar. El pinchazo en el pecho por querer estar en casa. Yo quiero estar en casa. Me he quedado sin casa en la que estar y solo queda esta pequeña caja. Era pequeña también la caja en la que se fue para siempre ella la última vez que llegué a verla, ¿sabes?, era injustamente pequeña para el daño que hace aquí, entre mis costillas, bajo mi esternón, que ya no esté. Que solo me quede la caja que radia y radia. Ya consigo cerrarla. Consigo que no siempre me empape. Pero estoy ahí fuera, fuera de casa, y noto esa caja dentro de mí. Siento que tengo que mantenerla cerrada con mucha fuerza para poder respirar y no quiero dejarla cerrada, quiero empaparme de ella.

Algún día seré capaz de empujar la cajita al fondo hasta que no siempre recuerde qué hay en ella.

No quiero que se vaya. La cajita es todo lo que queda en este mundo de ellas.


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