Era un monstruo y quería a mis hechizos.


Basta, gritaban los espíritus del bosque.
Millares de especies de insectos, parte de un mundo salvaje, hablaron casi al unísono para hacérselo entender.
Basta. La sombra serpentea entre los árboles y tú no puedes pararla.
Pararla, se habría reído él, aunque ya no tenía rostro bajo la capucha. ¿Quién podría pararla? Pararla suponía la posibilidad de que recuperase el movimiento alguna vez.
No. Yo voy a hacer algo mucho más desesperado.
Trazó un círculo de fuego en el aire con la bengala, o parecía una bengala, pero solo echaba humo de un naranja vibrante.
Ya casi no recordaba ninguno de los hechizos que él mismo había inventado en otras vidas. La sombra se las había ido arrebatando, uno a uno a uno. Recuerdos que había conseguido preservar dentro de sí reencarnación tras reencarnación. Porque había sido el mago más poderoso que nunca resistiera la Inquisición. Y ahora tenía una bengala de humo que hanían tenido que explicarle tres veces cómo hacer y cómo mantener encendida, aunque él hubiera sido el inventor, y el vago recuerdo de haber querido mucho a muchos hechizos que ya no existían. Tampoco existía quien los había querido. Pero él recordaba haberlo hecho...
—No. Eres un estudiante de Biología.
Alzó los ojos. Roshe, en medio del bosque, desentonando en él. Roshe era telépata. Por eso leía lo que pasaba por su cabeza incluso cuando él apenas podía oírse.
—Eres un estudiante normal, sumergido en el siglo XXI, con un smartphone —lo tenía en la mano— que no deja de sonar. Te gustan los videojuegos y dibujas cómics bastante bien.
Él siguió contemplándola, mudo.
—Tienes un gato cuyo nombre me niego a pronunciar y sabes que te echa continuamente de menos.
Roshe había llegado hasta él, con el móvil en la mano como si la encañonase un arma, y rodeó el círculo de humo naranja que no se deshacía todavía.
—No eres el gran mago Graudr.
—¿Cómo lo sabes? —murmuró él.
—Sé que él habría arrasado este bosque y habría hecho de los cadáveres de los àrboles un búnquer donde la sombra no pudiera volver a darle alcance nunca.
Él miró alrededor, a los árboles, sabiendo que en otra vida pudo oírles cantar.
—Y entonces se habría hecho màs y más poderoso, hasta el infinito. —sonrió. —Hasta no importarle si ardían dos estudiantes dentro del bosque.
—Era un monstruo y quería a mis hechizos. Y ahora no tengo hechizos que querer, pero sigo siendo el mismo monstruo. —él se sorbió la nariz, y alzó la barbilla. Los gestos, esos eran los gestos del mago. Roshe intentó no sentir miedo —Podría recuperar mis poderes aquí. Aquí, ahora.
—Y serías el monstruo. ¿Sabes por qué la sombra no ha derrumbado el bosque para darte alcance? Porque no se lo permites. Ahora estás protegiendo el bosque. —Roshe retrocedió. —Tú decides.
Un paso a través de la bengala de humo, y volvería a saber cómo hacer nuevos hechizos que querer.
Miró a Roshe. Seguro que ya no le gustaba su séptum si volvía a ser el mago.
—No quiero ser malo, Roshe —susurró.
—Solo él lo era.
Le arrojó la bengala de humo.
Los dedos de Roshe la apagaron al instante.
Ella corrió donde estaba él y se pegó a su lado, y se giró a hacer frente con él a la sombra.
Esperaron ,callados al principio, intimidados. Dls estudiantes. Dos estudiantes contra la maldita sombra que había sido capaz de nacer de y acabar con Graudr.
—¿No decías que era cosa mía vencerla?
—Eso era cuando te estabas pensando si volver a ser un capullo. Nadie debería matar demonios solo.

Comentarios

Trece ha dicho que…
A veces me da miedo entrar aquí y leerte porque significa que querría leerte horas y horas y esto se acaba muy pronto. Me siento tan bien entre tus letras, tus demonios y tu magia, de algún modo me siento conectada a ti por nuestros textos y no sé , te agradezco que no abandones nunca esto, que sigas aquí, que me permitas volver a casa.

Abrazos, Eri.