No llegar a tiempo.

La tormenta arreciaba.
Echaba de menos los pájaros. No que estuvieran encima, aún le ardían todas las heridas que le habían hecho en el último ataque. Echaba de menos su ulular. El que había estado a punto de enloquecerle. El del bosque.

Miró hacia atrás. No notaba la mano, pero sabía que ella seguía cogida de sus dedos. Ella le miró por debajo de la tela empapada. Era tan pequeña. Probablemente solo la tela mojada impedía que saliera volando, que el viento se la llevara, lejos.
Era más pequeña que el día anterior. Que el instante anterior.
—Casi estamos —dijo, aunque sabía que no le entendía. O, si le entendía, no podía responderle. Pero ella pareció asentir.
La tormenta soplaba de frente. No quería que llegaran. Notaba la mano que tenía cogida empequeñecer a cada segundo, como un tic tac, cada vez más reducida, vertiginosamente.
Le cayó una gota en un ojo. Las heridas se estaban reabriendo, con la violencia del aire. Era como cuchillos, en cada herida, en cada miedo, en cada duda, en lo más profundo.
— Aguanta. —vio una sombra entre unos árboles.
Se frenó en seco, notó que ella chocaba contra su espalda.
La sombra salió del epicentro de la tormenta. Un elfo. Sus ojos de serpiente se hendieron en ellos.
—Aguanta... —abrió los dedos, al máximo, empezó a gestar el fuego.
Notó que ella soltaba sus dedos. Le quemaba el fuego en la yema de sus dedos, así que la dejó ir.
La dejó ir...
Sus venas empezaron a fluir más rápido. Notó que todo alrededor de su cabeza daba vueltas. Clavó mejor los pies, pero el mundo giró en sentido contrario. Apoyó la otra mano en la tierra, resollando, a punto de entrar en erupción.
No hubo erupción. Hubo chispas.
Miró hacia atrás.
Ella ya no estaba.
Solo había chispas.
—No está —susurró en voz alta.
La tormenta ahogó su voz. Pero el elfo sí pudo oírla.
Salido de la tormenta como si fuera su hijo pródigo, de vuelta en casa.
—Era muy anciana —dijo él, sin emoción. Los elfos no sabían hablar con emoción. Probablemente no sabían sentirla. —Rejuveneció demasiado.
Miró la mano vacía.
— ¿Y se ha ido?
Y el elfo le tendió la mano. Aunque todavía había fuego en ella. Los elfos no sentían dolor.
—Y se ha ido.
Intentó coger una chispa. Entonces notó la primera emoción en una voz de elfo.
Le tembló la voz al hablarle.
—Déjala ir.
Y se había ido.
Sin más. Por ser demasiado pequeña.
Por correr todo lo deprisa que pudieron, contra la tormenta, contra el bosque, contra las probabilidades. Correr con el alma, joder.
Y no llegar a tiempo.

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