πέσωμεν


Decía que iba a salvar las calles.
Lo llamaba así, ¿te lo puedes creer? Él se lo creía. Él era tonto, también es verdad. Tonto hasta la médula y de pura cepa, eso lo creíamos todos tal cual.
Sangre
Decía que podía salvarnos como si entendiera que no estábamos en peligro sino rotos, y lo dijera así por una convención del lenguaje que no anulaba su convicción.
El calor de su sangre . Que todos teníamos arreglo. Que en realidad no necesitábamos que nos arreglasen, que necesitábamos que nos quisieran, tuviésemos dos alas, una mano o cuatro ojos o capacidad para crear fuego suficiente para matarnos a todos. No te jode, y ellos pueden abrir fuego contra todos vosotros, y contra ellos mismos, y aun así no lo hacen, y aun así se aceptan. Ellos confían en sí mismos porque son iguales, ¿cómo distinguirían los buenos de los malos? El dolor de su sangre
Y su forma de decir que no estaba mal que en el fondo solo quisiéramos que nos quisiesen. Ellos, los buenos de la película a los que nosotros creíamos los peores. Y tenía una increíble forma de defenderlo incluso cuando a quien se lo decía estaba al otro lado de los barrotes de una celda. Todos queremos mimos antes de irnos a dormir y nosotros éramos personas. Éramos personas mejores porque les queríamos aunque les odiásemos. Como perros. Sí, como perros, me insistió, y no se me ocurre qué puede tener de malo un perro.
Su sangre en mí y en el suelo como la nuestra. Como un insecto
Era tan tonto que recibió aquella bala en el lugar equivocado en el momento equivocado, en el momento en el que buenos y malos le necesitábamos porque le escuchábamos. Hijo de ellos, hijo de los mejores y amigo de los peores. Porque a él sí que le queríamos. Nos decía que podía salvarnos, y no lloraba, como yo, porque él solo lo creía y yo lo sabía. Lo sabía mientras veía que con tanta sangre eso ya no sería posible nunca más.
Se oyeron sirenas
Al final nos hizo falta un mártir que no nos dejara esperanza siquiera, que nos dejó dos huecos en el alma. Uno se fue con él para siempre. Teníamos que llenar el otro.
No vinieron a tiempo. Nunca lo hicieron
 . Teníamos que abrir nuestras alas, o nuestros cuatro ojos o la mutación que fuese. Ellos no se merecían dejarnos sin él y darnos un mártir.

Comentarios

Irene R. ha dicho que…
Escribe ya un libro o mándame relatos de estos para que los lea un par de veces o siete todas las noches. Ay.
Trece ha dicho que…
Hay algo en tu forma de escribir que a veces me deja un hueco enorme en el pecho, un hueco que late y duele y a la vez es bonito, así es leerte para mí.
También es maravilloso.

No lo dejes nunca, Eri.

Abrazo.