Arda.


A r d a, pedían con las antorchas alzadas. Arda la criatura que nos enseñó a amar.
A r d a el que quiso luchar por nosotros ante un dios, que nos dio esperanza sin advertir que podía ser una esperanza vana.
A r d a, con sus bonitas alas emplumadas, por atreverse a abrirnos los ojos y a querernos como nadie cuando el mundo estaba a punto de entrar en el colapso.
A r d a por habernos enseñado el lado oscuro de la luz.
A r d a  masculló ella, le clavó sus ojos traidores, mientras él ascendía por el cielo, solo, solo y dispuesto a caer por todos los otros que le dejaban partir solo contra el mal, contra el mal que coronaba el cielo.
A r d a, aullaba ella, traidora, llorando, que ardiera porque no soportaría verle morir por todos ellos, creyendo todavía aunque todos le gritaban al fuego que le devorase. Porque él tenía motivos, y sus motivos no era la lealtad de ellos. Y lo que más le dolía a ella es que sabía que, aun así, él podría ganar, él solo, por ellos.
Y ascendió al cielo con sus largas alas dispuesto a desafiar a cualquier dios por salvar un alma.
Y se las rompieron, pero esa es otra historia.
Arda. Porque creyó en lo que no debía, y creyó que creer era suficiente.

Comentarios

Sab Sognatore ha dicho que…
He pensado en Ícaro y en una mujerlobo aullándole desde un bar de carretera con los labios pintados de sangre. Ha sido una mezcla muymuymuy rara y me ha encantado.

Un abrazo,
S.