Sin milagro.

Si luchó, si luchó con toda su fuerza, fue porque tuvo 

quien luchase a su espalda.

De lo contrario no habría podido erguirse contra ella, 

contra sus ojos de monstruo y su pelo blanco como si 

también a él le faltase la vida, como a ella. 

Qué injusto, verdad. Qué injusto que en el instante 

más decisivo resultase quedar solo ella.

Alzó el arco. Parpadeó con fuerza para quitarse todo 

asomo de lágrimas. Tensó la cuerda.

La niña lo miró y la cuerda se hizo pedazos entre sus dedos. Hilos, los hilos cayeron

 con suavidad hacia el suelo, entre sus dedos que ya no tenían qué coger.
Ella se lanzó al suelo y cogió la espada.
No hubo magia para ella. No fue ligera ni sus músculos olvidaron todo su cansancio y vencieron con la velocidad propia de los rayos. Los rayos ni siquiera aparecieron.
Esta historia no era la suya
(la de ellos) y ella ni por un momento se sintió menos capaz de acabarla por eso.


Comentarios

While ha dicho que…
Joder, Eri, me ha encantado. Hace macísimo que no leo algo tuyo, y esta entrada me ha gustado muchísimo.
Me ha recordado a Juana de Arco, no sé, ese aire medieval y esas ganas de luchar. También me ha venido a la mente la lucha de la vida, por vivir, de los problemas, de los miedos, que por mucho poder y fuerza que tenga una sola, siempre es más bonito vivir (luchar) si alguien desembainha su espada contigo.

mcflurry con
oreo y chocolate.

W.
Trece ha dicho que…
Siento que todo lo que comento en tus entradas es bastante insulso: me encanta leerte. Lo repito siempre y es que parece que no sé decir otra cosa. Siempre hay algo épico en lo que escribes y mucha, mucha magia, en varios sentidos. No sé, tengo pendientes dos textos tuyos larguitos (los de evernote) y les tengo muchas ganas. Gracias por no dejarlo, Eri.


Abrazo fuerrrrrrrrrte.