Ir al contenido principal
el peor error posible se llama tú, joder
Nos habíamos metido mano un rato y ahora yo estaba tirada en su cama. Las sábanas estaban sin hacer así que se me clavaban en la espalda, arrugadas, ofendidas por habernos retorcido tanto entre ellas.
—Lo que no quiero es hacerte daño.
La miré a esos ojos enmarcados por pestañas pequeñas y concisas que parecían reconcentrarle la mirada, y sabías que cuando ella se concentraba en algo, podía doblar con la mente la cuchara de metal. No tenía claro si hablaba de salir conmigo, de quererse conmigo, de hacer el amor conmigo, de morderse a besos conmigo y ella tampoco lo tenía claro. Me miró y le quité los ojos de encima.
Se calló y se mordió el labio como a mí me gustaba. Yo entendí que estábamos jodidas. La niña de papá quería ser malvada. Yo era la niña malvada que sólo lo era para no estar siempre derrumbada. Y ahora estábamos desnudas por dentro la una a la otra y aquello me daba miedo, y ella podía notarlo.
—No te preocupes. —dije, mirando a ninguna parte concreta. —
Soy tan sensible que me destruirás hagas lo que hagas.
Comentarios
Un abrazo,
S.
13.