Sónar de un suicida

—El sónar de un suicida, ese abominable aparato que funciona a marchas forzadas.
Aunque yo entonces ya estaba liada con él, aún no le quería, y de todos modos siempre me di cuenta de lo mentiroso que era. El problema era que sabía enredarte en sus letras de tal manera que importaba una mierda lo que dijera. Como si pregonaba que el sol giraba alrededor de la tierra y todos nosotros funcionábamos a cuerda. Morirías por ello. Por eso yo no me atrevía a matarle. El encargo era sencillo, pero yo no me atrevía porque sin él perderíamos un sujeto increíble. Al final lo perdimos. Yo le habría matado antes.
El caso es que dejó salir entre los labios el humo en forma de anillo, uno bastante churro, la verdad, llevaba fumando desde los catorce años y aún no dominaba la técnica ni mucho menos.
—El sónar del suicida, que siempre le indica el mejor mar para coger la piedra, atársela al tobillo y caer desde el puente colgante. Yo creo que los suicidas son gente así de nacimiento.
Y me miró y le sonreí dejando ver bien el colmillo que nunca me había crecido, tal y como me gustaba hacerlo.
Otro pequeño detalle por el que no le había matado es que no me gustaba matar a gente que no fuera yo, manías que desarrolla una de pequeña y se quedan el resto de la vida. Pero no me gusta hablar de eso. A él sí, a él le encantaba hablar de ello.
Él se consideraba una especie de psicólogo hecho así por naturaleza, sin más estudios que la vida, decía, y le acabaron dando el premio nacional de poesía. Todo gracias a la menda, que en cuanto murió él dejó de intentar que lo publicaran en algo científico y lo donó a la literatura. Era la única manera de hacer de aquello algo bueno para el mundo, dándoselo a gente que va a contar las sílabas en lugar de tomárselo en serio. Me acerqué, a codazos entre la gente, le di una calada a su cigarro, se lo devolví y me metí entre la gente de nuevo.
—Un suicida sabe con una precisión irrefutable dónde no hay puntos de apoyo y allí irá a saltar. Y un suicida nunca salta con los ojos cerrados; eso es un loco. El suicida tiene que saber hasta el último aliento anets de estrellarse que no ha fallado. Y eso nunca le hará estar contento.
Porque sí, amigos, el sónar del suicida estaba basado en mí y pretendía ser el alegato definitivo contra mis instintos suicidas. Y lo consiguió, porque, joder, viví más que él.
—El suicida tiene el sónar averiado porque solo le marca un objetivo irreal. El suicida vive triste, y yo digo: el suicida nunca podrá dejar de estar triste. La muerte no le salva.
»La única salvación para un vencido -soltó el humo y le miré, embobada, porque aquella frase de un viejo romano era la que más vivía en cada uno de mis días del siglo veintiuno -es que no espere ninguna salvación.

Comentarios

While ha dicho que…
hacía mucho que no te leía, dragoncilla, y muy mal, porque me había olvidado de lo bonito que era.

Trece ha dicho que…
Por desgracia casi siempre -y de forma, a veces, inconsciente.- esperamos que algo, o alguien, nos salve.


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