Coletazos del peor año de nuestras vidas.

—Salió de nuestras vidas, ¿vale? —Aléxandros hizo la imitación con la mano, y hasta silbó, en lo que pretendía imitar el tren bala. —Fiuuu. Fuera.
—Para mí no es tan fácil —tras aquel año de mierda la voz de Alise se había vuelto un susurro tembloroso que a Aléxandros le recordaba el otoño, el último otoño del peor año de su vida porque sonaba como protestaría la última hoja de un árbol que el viento quiere arrancarle también.
Aléxandros dejó caer la mano.
—No se ha suicidado. No se ha muerto. No ha sufrido ninguna tragedia.
Aléxandros sacudió la cabeza, y con ese gesto sintió que todos los pensamientos dentro de ella se agitaban y se estremecían y que volvería a llevarle otro año entero acostumbrarse a vivir con ellos.
—Ha escrito una. —dijo Aléxandros con voz lóbrega.
Alise simuló que no le oía. Igual que ahora su voz era casi inaudible fingía a menudo que la gente no decía cosas hirientes. Si ella no hubiera oído a Athor al irse aquella tragedia no habría existido y ella no tendría la voz casi inaudible.
Alexándros creía en eso porque significaba que un día volvería a recuperarse. La otra teoría era que algo se había deshecho dentro de Alise y ya no le importaban los demás. Y Alexándros entraba dentro de ese grupo que ahora se metía en la cabeza de Alise con cuentagotas. Y si Aléxandros la perdía a ella no le quedaría apenas nada para evitar otra tragedia.
—Se ha ido de la ciudad y nos ha dejado aquí.
—No, se ha ido de la ciudad y ha hecho que eso fuera dejarnos atrás.
Alise torció la cabeza para mirarle como si se hubiera olvidado de que Aléxandros no se había ido. Oh, cómo dolía eso, se dijo Aléxandros. Dolía más que la primera vez que le había dado un puñetazo al niño de dientes irregulares y traviesos con el que había aprendido a correr, a nadar, a que las chicas no se metieran entre ellos y, finalmente, que
llamarle amigo es olvidar que te puede dar la espalda. Sí. Aléxandors había pegado a Athor, pero Athor también le había pegado a él, como Eteocles y Polinices, como dos hermanos que un día se apuñalan el uno al otro en el corazón al mismo tiempo. Todo eso en el peor año de sus vidas.
Alise le abrazó. En ese momento supo que no, que no lo había superado, que tenía el corazón igual de partido que antes entre dos. Solo que ahora se acababa de hacer pedazos. Era por una carta, escrita para dos y metida en un solo sobre y cinco palabras que resumían la forma de arrancarle a alguien el corazón y escupir.
No volváis a hablarme.
Lo peor era que Alise era la herida de muerte, Alise y Aléxandros, es como tirar un petardo sabiendo que tú no te puedes quemar. Yo no me quemo. Se queman ellos. Era febrero y era cuando celebraban el año nuevo. Y llegaba aquello, como un chiste de dios lanzado con toda la fuerza de un niño que tira una bola de papel queriendo hacer daño, bueno, supuso Aléxandros, coletazos del peor año de nuestras vidas.



Aléxandros no podría soportarlo. Lo que saliera de ellas sería... pues otra cosa que nada tendría que ver con él.

Comentarios

Trece ha dicho que…
Es increíble todo lo que olvidamos cuando nos dejamos arropar por la presencia de alguien en nuestra vida. No sólo en nuestra vida, sino también en nosotros mismos; cómo permitimos que esa persona forme parte de las sonrisas, de las lágrimas... de todo. Y nos olvidamos de que, efectivamente, puede hacernos daño. Mucho daño. Y es que a veces eso queda eclipsado por el sentimiento de calidez que nos proporciona.
Sab Sognatore ha dicho que…
"Llamarle amigo es olvidar que te puede dar la espalda", en cuanto lo leí se me pasó por la ente la vaga pregunta de cuándo narices he llamado yo "amiga" a la suerte para que al final me haya dado la espalda de este modo.

En otro orden, con esos nombres yo me quedo enganchada como si de caramelos derretidos se tratase. Ni te cuento de la historia.

Un saludo con sonido a domingo,
S.