Recuérdame

La chica de múltiples colores apenas le llegaba a la clavícula, y tenía que estirar el brazo herido al límite de su capacidad para poder llegarle al hombro, cosa que necesitaba hacer cada vez que suplicaba.
Aquella vez, estaba suplicando intensamente. La chica multicolor se pasó la mano por el pelo cortado irregularmente y apuntando a todas partes como una brújula enloquecida porque forma parte del imán. Luego insistió, irguiéndose más y menos sobre las puntillas con el ritmo del tictac del reloj.
-Recuérdame.
Aquello tenía un significado especial. Más que nada, porque todo se estaba difuminando. La chica multicolor, incluso, si se esforzaba, podía sentir cómo la estantería que rozaba con la espalda se diluía en el fenómeno extraño que estaba carcomiéndoles a todos y a todo. Y los ojos de él eran la clave, tanto como lo era ella, pero también se deshacían.
De modo que, con el brazo herido extendido al máximo, para poder apoyarlo en su hombro, insistió, con la fuerza que podría tener si repitiera aquella expresión en todos los idiomas que habían existido alguna vez:
-Recuérdame.
La chica multicolor apoyó las dos botas enteras en el suelo. Es decir, bajó de las puntas de los pies. Agachó la cabeza, y su pelo fogoso no le ocultaba la cara. Lloraba, con raudales enteros de lágrimas camino del suelo.
Las cosas habían empezado a disolverse, ella se había dado cuenta la primera y, paradójicamente -o quizá precisamente- ella fue la primera en deshacerse por completo. Como una palabra. De repente flota y de repente se ha esfumado. Se ha difuminado.
Había un minúsculo charco en el suelo. El agua se movía, deshaciendo la forma de la huella de una bota. Rápida, como toda corriente. Él, asombrado, miró primero a un lado, luego al otro. Juraría que antes había habido allí algo, como una llama. Quizá se había ido, quizá lo tenía que encontrar.
De este modo, él partió en busca de Flamma.

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