Apoteósicamente.

Llovía. De una manera increíble e infernal. Quizá más increíble que infernal. La lluvia, después de todo, sigue siendo el himno de los románticos perdidos.
Ella miraba por la ventana. El cielo nocturno le parecía teñido de lamento. Lamento por todos ellos. No podía ver que llovía, estaba demasiado oscuro, y el cristal impedía oírlo. Pero lo sabía. Supongo que de la misma manera que mi madre supo cuándo la mataría mi padre. O que aquella chica que miraba por la ventana un día saltaría por una.
Habíamos ido allí a contar una historia, pero eso ya no importaba. Poco a poco, no había quedado nadie para escucharla. Pensé si sería aquella la noche en la que ella saltaría por la ventana. Probablemente no. Lo que significaba que también sobreviviríamos a aquella. Ella tenía que saltar por una ventana un día.
Como sincronizándose con mis pensamientos, se llevó una mano a la sien y me dijo:
-Anda, ponte las alas.
¿No he dicho que no tenía ojos con los que verlas? Le dije que las tenía puestas. Embistieron contra la puerta, cuyos goznes no aguantarían otro golpe. Era nuestra forma de condensar muchas palabras en unas pocas: “te quiero”, “y yo a ti”, “estoy listo”; “y yo también”.
Pero algo falló. Como si ese no hubiera debido ser el cauce de la historia. Se giró, dirigiéndose más o menos al punto desde donde yo la miraba, y dijo:
-Sé cómo cambiar esto.
Me acerqué a ella y abrí de golpe la ventana.
La lluvia entró como un puñetazo. Saqué medio cuerpo por la ventana. Gracias a la muralla el agua había alcanzado suficiente profundidad. Sin corriente. La ciudad era ahora un perfecto e infecto lago.
-Puedes saltar. Vamos, vamos -la cogí de la cintura, la levanté, la besé en la mejilla y la deposité sobre el alféizar.
-Mi idea nos puede salvar a todos. -me dijo.
Estaba de espaldas, y los vacíos de sus ojos fingían mirar el vacío a sus pies.
-Yo no tengo modo de salvarme. -le dije. -Nada todo lo que puedas.
La puerta rugió, pero se quedó en su sitio. Cuando se rompiera, irrumpirían ellos. Pero se entretendrían conmigo lo suficiente para no poder alcanzarla.
-Yo quería salvarte a ti.
Sé que tampoco he dicho que era yo quien nos llevó allí. Creí que allí estaría la clave o la respuesta. Y estuvo. Pero no del modo en que yo creía.
Tampoco he dicho que ella solo quería salvarme a mí. Los demás le importaban menos, incluso, que la lluvia.
-Sálvalos a ellos por mí.

Comentarios

Sab Sognatore ha dicho que…
Heleídoymegustaysítengopalabras, ay, Eri, los "me encanta como escribes" están un poco pasados de moda, ¿verdad? Bueno, pues me da igual. "...y los vacíos de sus ojos fingían mirar el vacío a sus pies".

Me quedo, me quedo, ¡me quedo por aquí!
Andrea ha dicho que…
Algo tienes que escribes y me dejas sin palabras, adoro tus entradas.

abrazos ( de oso )