Gritomar podía odiar.
Gritodemar gritó.
A veces se la podía oír gritar, plena de rabia, vacía de sentido. Aún tenía memoria. Aún tenía recuerdos.
Tenía motivos para rabiar. Decían que los que eran como ella no podían sentir. Y se equivocaban, como suele hacer la gente. Gritodemar tenía un cerebro que aún era capaz de acordarse de cosas y eso ya implicaba que tenía motivos para llorar. Gritodemar (o Gritomar para sincopar) había muchas cosas que nunca podría hacer. No podría tocar el piano. No podría volver a llorar, no tenía lacrimales. No podría ganar una carrera. No podría sacarse una carrera. No podría tener un montón de críos que la volvieran loca pero le derritieran al llamarla mama. No podría jugar a la petanca sin que la mirasen mal -no viviría suficiente-. Había muchas cosas que Gritomar nunca podría hacer, porque simplemente no podía. Era lo que le tocaba en aquella fase de su vida y era la fase de su vida en la que moriría. Pero, Cista, no digas que Gritomar no podía sentir. Gritomar podía odiar.
Y te odiaba.
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Comentarios
mcflurrys.
abrazos ( de oso )
Qué bonita entrada, Eri.