“-Nah. Sí que lo era.”

— No tenéis ni idea de lo dura que era la guerra en el infierno. —escupió el viejo de la entrada.
Yitt soltó el tirador de la puerta. Interpuso el pie, para que no se cerrara. Retorció el cuello hasta que pudo ver el aspecto del viejo por el rabillo del ojo. Tenía ademanes de vagabundo, pero no parecía pedir nada. Tampoco iba mal aseado, ni vestido. Pero parecía un vagabundo, se dijo Yitt. De alguna manera.
Le entraron ganas de preguntarle. Enrojeció hasta la pupila, prácticamente. La gente no hacía eso.
Los hilos del titiritero tiraron de él hacia el interior del edificio, y Yitt despegó los pies un poco anclados al suelo. Se balanceó un momento, y entró.
Alguien dio una palmada, y Yitt saltó. De haber estado a tres metros, Yitt se dijo que habría sido terrible. Se habría activado todo y al final nada habría valido la pena.
Entró en los servicios y se miró al espejo.
Bang. Te apuntan con un arma, piensas que dispara y, como lo has pensado, dispara. Ya está. Has perdido. —escupió.
Incluso antes de haber acabado de sermonearse a sí mismo, ya había detectado al vagabundo. El viejo había abandonado la entrada. Mantenía aquella mirada hueca. Las cataratas eran telarañas perceptibles entre él y el mundo. Yitt le miró, apoyando la espalda sobre los lavabos, cogiendo aire todavía.
—Y ahora estáis locos, y os creéis cualquier tontería.
—¿La guerra no era tan dura? —preguntó Yitt.
El viejo se encogió de hombros.
—Nah. Sí que lo era. Pero tú no te crees las cosas. Por eso vas a volarlo.
—¿Qué voy a volar?
—Esto. Vamos. Tienes ya la bomba puesta bajo la ropa.
—Nah... La bomba era un reloj.
Se ensombreció al hablar. Sus ojos, sus hombros, su piel intentó parecer de repente lo contrario de pálida. Yitt se sintió enfermizamente mayor. A veces le ocurría desde entonces.
—¿Sabe? La bomba sí que lo era. Cuando la mataron empezó. Ahora la bomba está aquí. —se rozó el pecho.
El viejo supuso que estaba llorando. Por eso las pausas, creando comas inexistentes.
—Vete.
—No. Soy un vagabundo. De alguna manera. No tendría nada mejor por lo que perdérmelo. Desde que empezó la cuenta atrás no tengo ningún nada mejor por lo que morir.
Apoyó una mano sobre el hombro de Yitt, a tientas. Alguna clase de peso lo inclinaba, lo derrumbaba, pero parecía mayor que nunca antes. Los dos miraron el espejo. No a ellos, sino a su pedazo de historia, en unos pedazos de cristal que iban a volar por los aires.
Porque alguien había hecho bang una vez, y alguien había muerto. Llegaba la reacción.
—Vamos. A volar —murmuró.

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