Semáforos allande.

— Había semáforos estallando abajo, por atrás del lago y las ranas y un par de calles que llevaban a ninguna parte, en la ciudad vieja.

Murra sintió un estallido entre clavícula y clavícula, una mariposa que se atascó entre otras palabras largas y tan bonitas como clavícula que no pudo pensar bien. Porque Murra, que había sido muchas, muchas cosas, ahora se hacía llamar pescadora.

Las palabras bonitas corrieron a sus pupilas negras, claro. Ninfa, náyade, azul, caracol, destello. Palabras con matiz subacuático, mientras las luces de los semáforos rompiéndose en esquirlas de nieve del invierno de hacía dos años brillaban sobre el lago y las ranas y un par de calles que llevaban a ninguna parte.

Murra hizo equilibrios sobre la tapia. Le parecía bonito el insomnio si hacía cosas como aquellas, como enamorarse de piedras con forma de príncipes en las que no creía nadie, trepar a las señales de “Prohibido”, o saltar cuando lo hacen los astronautas que vuelan cada noche a la luna para darle su capita de pintura y su beso de buenas noches, para que duerma bien. A veces también, cuando le estallaban los latidos entre las palabras bonitas y largas en que se tendía a enredar, recetaba analgésicos para los gatos que no podían dormir.

Los brazos le medían millas más que dos años antes, cuando tenía noventa y siete sueños. Un pez le dijo la pasada noche que debía ir ya, por lo menos, por los dos mil trés. Qué treinta y siete meses y ochenta días sin sentido más bonitos.



aquí mi parte con la chica de coral.

< creo que nos ha quedado una cosita resplandeciente.
pasaos por aquí a leer su parte [ estelar ]




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