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Tenía dientes torcidos que hacían más bonita la imperfección de su caos.
La noche del principio bajamos por la Calle Mayor integrados en la corriente de borrachos, aunque yo no lo parecía y ella se balanceaba como si le siguiera el ritmo al parpadeo de las luces y la gente.
Entramos al primer bar, le habían roto la puerta en una reyerta. Se la veía mal medio descolgada, como si crujiera a modo de llanto pero no hacía un ruido. Sus pasos de danza borracha me cogieron de la mano cuando entramos, como si yo pudiera protegerla. A veces aún me miraba así. Sus ojos colgando justo encima de sus dientes torcidos y bonitos que al morder hacían una radiografía muy bonita, y pensaba a todas luces “ me podrías proteger de las cosas feas de este mundo ”. Y yo me sentía su amante más torpe.
Aquel era el día del principio y alcé una copa dura de algo que no recuerdo para un brindis que ella no podía seguir, le estaba llevando demasiado tiempo tocar los hielos con la punta de los dedos como hacía siempre. Bebí todo el vaso y me reí.
-Así que duramos todo esto... -paseé los ojos por el bar, medio vacío, inmundo, y ella resplandecía a mi lado entre los demás. Me dirigió otra de esas miradas, que no pude soportar, y me intenté ahogar con la segunda copa.
-Sabe a mierda -murmuré atragantado, apartándomela. Sentía los ojos de ella, otra vez, porque siempre volvían a mí, el puto problema era que nunca se quedaban. Al pensar esa frase acabé la copa de mierda.
-Déjame el predicto.
Lo llevaba en el cinto de su falda como dicen que las putas llevan los condones, lo miró y me lo tendió. Como estaba mirándolo a lo bobo, lo posó en la barra. La barra estaba limpia y en el suelo había hasta gente.
-¿Por qué los hacen de colores bonitos? -se encogió de hombros. -Cabrones.
Lo cogí con cuidado, como si aquel monstruo fuera su bebé en persona. La miré.
-¿Me lo puedo quedar?
Sonrió. Aunque no se acabaran aquellos besos por sus curvas, ni las radiografías en mi columna de sus dientes de caos torcidos, aunque me quisiera como siempre era el principio de algo. Por eso paramos en el primer garito a matarnos un poco.
Me di cuenta de que lo que ella bebía era soda y quise llorar.
Me rodeó con su brazo y me dejó morirme apoyado en su hombro. Era su principio, el suyo, el de un bebé y el de su gilipollas, el que llevaba corbata, tenía las agallas de ir a trabajar cada mañana. Yo era solo el que la quería hasta la médula y a día de hoy nadie se acuerda de esa clase de marginados.


Comentarios

Anónimo ha dicho que…
¿Y no hay más? ¿No va a quererla más? Yo quiero leer cómo la quiere más. Yo quiero leer sobre esa clase de marginados.

Hillary Mendoza ha dicho que…
Me encanta como escribes y me gusta la banda sonora del blog. ¿Podrías darme los nombres?

Un beso.
cuatro estrellas ha dicho que…
Me uno al comentario de Trece. Yo quiero ver cómo la quiere más.
borboleta. ha dicho que…
Me encanta Eri, me encanta, no podría ser de otro modo.
Gracias por esa sonrisa que se me queda en los labios cada vez que te leo.
- ha dicho que…
Me he imaginado a "ella" durante todo el relato como si fuera Cassie, de Skins x)

Creo que todos los que escribimos llevamos sin quererlo la amargura de esos marginados. Pero también creo que hasta de los escritores se pueden enamorar.
Espero que él no se rinda.

<3
Javier ha dicho que…
Me ha gustado el estilo, muy Bukowski, quizá un poco demasiado, pero me gustó.
M. ha dicho que…
intenso.
te sigo