Dos funambulistas junto al clavicordio.

Los dos en el carrusel muerto cuando iba a amanecer. Mira que es triste ese momento para los pocos pequeños que quedan que aún saben de la noche bailarle el baile.
—Ayuda, Cloroformo. Que nos vamos a matar.
Pizpireta se contiene a duras penas cuerda, y Cloroformo hace un rato que se mece del caballo del tiovivo con mirada serena.
—Pizpireta, que nos vamos de la ciudad.
Cloroformo descabalga con su traje de arlequín, pero Pizpireta poco a poco recuerda que ya no suman cinco años, ya no quedan cascabeles en sus prendas.
Cloroformo mira el horizonte de metal con cristal de edificios por derribar.
—Nos tiran la vida, vieja. — le suspira.
—Esto ya no marcha — y con el puño libre de la botella golpea el viejo carrusel. — Que se descarrila.
—Ya no habrá más peleas con espadas de madera Pizpireta. Se nos acabó contar mentiras los febrero que caían en impar. Menos grullas en el río torcido aquel. — se tocó el corazón y Pizpireta, distraída, un momento creyó que declinaba. — Que de compañía vamos servidos — le cogió la mano para asegurarse de que no iba solo al naufragar y a Pizpireta se le acabó el aire de trovadora —, pero de memorias en nada nos quedamos huecos.
Y Pizpireta de golpe se echó a llorar, y mientras a Cloroformo se le caía y astillaba contra el suelo la espada de madera, que se quedaba de lápida de su infancia en el carrusel congelado, lloraba también y decía:
—No me jodas, Pizpireta. Que pese a lo torcido del baile esta noche prometía.

muchas gracias a la primera lectora chicaHuracán. por su fin de año.