Soledad.


Era una ciudad terrible que nadie entiende cómo pudo existir.
Nadie debería haber dejado que ocurriese.
Siempre tan cerca de mis fronteras y adaptada a las tuyas.
Oh, solitude...
Siempre tan dolorosa en la noche más profunda.
Dolía como duelen las cosas creadas para hacer daño. Adentro. Océano adentro.
Cárceles extrañas perdidas en el silencio. Era una ciudad de miedo y pesadillas, era el monumento a nuestras pesadillas. Empezó con una semilla y terminó en una calabaza que nos devoró los sueños y nos dejó huecos de desesperanza.
Algunos todavía insisten en llamarla miedo a temer
a crecer
a hacernos mayores,
pero se llama Soledad. Una ciudad tan terrible, una asesina mortal.
Podría haber sido lo que siempre quisimos y, en cambio, se volvió nuestra peor enemiga. Los olvidamos. Nos hicimos extraños que se conocían hasta los secretos de monstruos.