Cuando renuncias a la cocaína
Las oye.
Se araña. Las piernas, el pecho, la cara, los ojos, las oye.
Llora. Aunque hubiese alguien con él para oírlo, no entendería que es una súplica.
Las oye. Sus voces. Chillan. No es un sueño. No delira. Son reales. Las oye. O las oyó. ¿Importa, joder? Ahora le duelen. Eso sí importa.
La pistola en la boca sabe a polvo y metal pero el disparo impide que la información llegue al cerebro.
El sacerdote reza.
La mujer se araña los ojos. Parece una vieja griega. Se rompe en sollozos y desgarros. El viejo marido le sostiene. Tiembla.
—No puedo entender que un chico así se quiera quitar la vida —murmura. Los médicos han dicho que está en shock. No, él solo no entiende. Tiene al chico delante y le ve, pero no puede verle. Ve una mirada helada. Intuye en él un chico guapo, inteligente, sano, con algunos amigos. No ve a su chico, el raro, el débil, al que solía decir que dejase de escribir y buscase algo que no lo matase de hambre, el suyo.
El sacerdote se santigua.
-In nomine Patri, et Filii, et Spiriti Santi -las palabras se van, como todas.
Solo quedan al final las que le repitieron mil veces que no escribiese. A sus padres parecía herirles. No podía evitarlo. ¿Quería evitarlo? Como el cocainómano. Solo renuncias a la cocaína a patadas de dolor y bocanadas de humo.
Se araña. Las piernas, el pecho, la cara, los ojos, las oye.
Llora. Aunque hubiese alguien con él para oírlo, no entendería que es una súplica.
Las oye. Sus voces. Chillan. No es un sueño. No delira. Son reales. Las oye. O las oyó. ¿Importa, joder? Ahora le duelen. Eso sí importa.
La pistola en la boca sabe a polvo y metal pero el disparo impide que la información llegue al cerebro.
El sacerdote reza.
La mujer se araña los ojos. Parece una vieja griega. Se rompe en sollozos y desgarros. El viejo marido le sostiene. Tiembla.
—No puedo entender que un chico así se quiera quitar la vida —murmura. Los médicos han dicho que está en shock. No, él solo no entiende. Tiene al chico delante y le ve, pero no puede verle. Ve una mirada helada. Intuye en él un chico guapo, inteligente, sano, con algunos amigos. No ve a su chico, el raro, el débil, al que solía decir que dejase de escribir y buscase algo que no lo matase de hambre, el suyo.
El sacerdote se santigua.
-In nomine Patri, et Filii, et Spiriti Santi -las palabras se van, como todas.
Solo quedan al final las que le repitieron mil veces que no escribiese. A sus padres parecía herirles. No podía evitarlo. ¿Quería evitarlo? Como el cocainómano. Solo renuncias a la cocaína a patadas de dolor y bocanadas de humo.
Comentarios
Espero no dejar nunca de escribir, aunque las musas me abandonen.
He llegado aquí por casualidad y me he sobrecogido con tus palabras. Son unas líneas tan...reales.
Pasaré con frecuencia a perderme de nuevo en tu blog
(besos de esquimal)
Un beso enorme bonita :)
Qué amargura, qué tristeza, qué maravillosas letras.
*mimitos mimosos*
Me ha encantado, es algo triste, depresivo… pero muy bien narrado, como la realidad.
(abrazos azucarados)