pecadores reincidentes (IV)

Ellos dos aún están ahí, mirándose a ratos, a ratos evitando chocar sus ojos. Los minutos no les afectan, las horas no avanzan, los días no mueren. Ellos están congelados en un momento eterno en el que el mundo se extingue para cederles el protagonismo.
—¿Y qué hay de ti? —contraataca Mónica. —Yo no soy la única pecadora, ¿qué pasa con lo rápido que tú me diste por perdida?
En el silencio, los dos dan un nuevo trago a las bebidas.
—Touché.
—¿Así que acabamos aquí? ¿Con doce campanas fúnebres repicando por lo que podíamos haber llegado a ser y una estela de nieve sucia marcando el camino que no vamos a recorrer?
Un suspiro se les escapa al mismo tiempo. Malditas almas duales.
—Una vez me dijiste una cosa muy buena. —murmura Miguel, jugando con el tenedor. —"No dejes nunca que tus palabras permitan prever lo que vas a hacer. La fuerza del terremoto radica en que nadie sabe nunca cómo va a estallar".
Ella sonríe al mismo tiempo que él.
—No creemos en los milagros. Somos dos polos opuestos, somos letales el uno para el otro, somos igual de kamikazes, y, bueno.. Supongo que a mí también me va eso de contradecirse.