a la magia también se le rompen las esquinas.

(la magia de Shiko hace mucho que empezó a pararse aquí, léela)


Caminaba, con los dedos rozando los cristales de las tiendas. Como si así pudiera atisbar las sombras de toda la gente que recorrió el mismo camino antes que ella.
Inmediatamente, nos miramos, ninguno dejamos de andar. Simplemente, cruzamos los ojos, y algo se rompió dentro de mí al ver a alguien tan roto, pero tan entero. Sus dedos se despegaron un milímetro de la luna, en un shock instantáneo, y su mirada etérea traspasó mi corazón, tal vez al ver su reflejo en mis pupilas.
Me sonrió, y yo caí a sus pies. Siempre me poseyó, desde que mis ojos se cruzaron con ella —aunque a veces crea que nacieron subyugados a su mirada— supe que era su juguete. Un soldadito de plomo cojo que sólo espera a que alguien se apiade de él, eso éramos los dos.
Menos mal que a ella le encantaba jugar.
Por eso esperé eternamente, pero no llegó. Una esquina rota debió acabar con su camino, los años me consumieron sin piedad, y ella sigue perdida, y yo sigo esperándola, como si mañana fuera el día prometido en el que al fin me reencontraré con sus chispeantes ojos.
Pero siempre es mañana.