Confiaba en él.
Confiaba en él.
Confiaba en él, se repetía mientras bajaba las escaleras. Y se le ocurrió abrir aquella puerta cuando, enfurecida, buscaba a su enemiga.
Tropieza en el último escalón, no por las lágrimas que no tiene, sino por la imagen en las retinas de esos dos enredados en la misma cama, la victoria de ella pintada en sus pupilas desde las sábanas que les envuelven.
A los dos.
—¡Ah, tú por aquí! —sonríe ella a su espalda. Vero se queda helada. El dolor ha destrozado sus nervios, las lágrimas del corazón han ahogado cualquier pensamiento. Se gira, impertérrita, sin agua en los ojos, pero sin entereza en las pupilas. La otra sonríe, eufórica bajo la máscara de modestia que tiene en los ojos. —Bueno, no creo que deba darte explicaciones por lo que has visto arriba. Después de todo, oficialmente él sigue siendo mi novio...
Ni siquiera la súplica de que pare tiene la fuerza de escapar de la garganta anudada. Sus ojos, como los de ella, se desvían un instante hacia las escaleras, y allí, parado, él le devuelve la mirada, con horror, con confusión.
Con la súplica de un perdón que ella, mientras se da la vuelta y sale sin que las palabras envenenadas de ella alcancen su mente herida de muerte, deniega automáticamente.
Confiaba en él, se repetía mientras bajaba las escaleras. Y se le ocurrió abrir aquella puerta cuando, enfurecida, buscaba a su enemiga.
Tropieza en el último escalón, no por las lágrimas que no tiene, sino por la imagen en las retinas de esos dos enredados en la misma cama, la victoria de ella pintada en sus pupilas desde las sábanas que les envuelven.
A los dos.
—¡Ah, tú por aquí! —sonríe ella a su espalda. Vero se queda helada. El dolor ha destrozado sus nervios, las lágrimas del corazón han ahogado cualquier pensamiento. Se gira, impertérrita, sin agua en los ojos, pero sin entereza en las pupilas. La otra sonríe, eufórica bajo la máscara de modestia que tiene en los ojos. —Bueno, no creo que deba darte explicaciones por lo que has visto arriba. Después de todo, oficialmente él sigue siendo mi novio...
Ni siquiera la súplica de que pare tiene la fuerza de escapar de la garganta anudada. Sus ojos, como los de ella, se desvían un instante hacia las escaleras, y allí, parado, él le devuelve la mirada, con horror, con confusión.
Con la súplica de un perdón que ella, mientras se da la vuelta y sale sin que las palabras envenenadas de ella alcancen su mente herida de muerte, deniega automáticamente.
Comentarios
(cosquillas en la nariz)
Muchos besos.
Sonrisas espolvoreadas!
Un beso :)