1945.
—¿Qué son esos golpes, Antonio?
Alicia se tapa la sonrisa con la mano, como si así la vecina no fuera asomarse a la ventana y verla. Por la misma razón incoherente, Daniel aparta las manos de ella.
—Igual deberíamos entrar en casa, tus vecinos nos oyen...
—Si quieres le enseño lo que es el amor a Franco en persona, puede que así se le bajen un poco los humos —dice ella, bravucona. Daniel palidece.
—Vuelve a repetir eso y estaremos un paso más cerca de la muerte, Alicia. —advierte, serio. Los ojos de Alicia no se nublan, hace varios años —desde 1936— que aprendió que no se podía vivir, en el sentido de la palabra, vivir, sin condenarse a la muerte.
—Por eso me gusta tanto decirlo. —murmura ella. —Es bueno recordarte que cada beso es una astilla más para la madera de nuestros ataúdes, Daniel.
Él suspira. Durante un segundo, se pregunta, con voz quebrada, por qué no podían ser las cosas más fáciles. Por qué todo se terminaba volviendo siempre tan complicado.
Se frota los ojos, cansados de tantos días sin dormir por el amor en el corazón y el miedo en la mente. Porque cada suspiro puede ser el último, y cada beso afila un poco más la espada de Damocles que pende sobre las dos. Y lo único que les quedan son las sonrisas del otro mientras los grises ajustan la mira de sus fusiles.
—Pues debo tener complejo de carcoma, porque me muero por saborear tu piel —sonríe, tratando de que la fe supere, por una vez, a la razón.
Alicia se tapa la sonrisa con la mano, como si así la vecina no fuera asomarse a la ventana y verla. Por la misma razón incoherente, Daniel aparta las manos de ella.
—Igual deberíamos entrar en casa, tus vecinos nos oyen...
—Si quieres le enseño lo que es el amor a Franco en persona, puede que así se le bajen un poco los humos —dice ella, bravucona. Daniel palidece.
—Vuelve a repetir eso y estaremos un paso más cerca de la muerte, Alicia. —advierte, serio. Los ojos de Alicia no se nublan, hace varios años —desde 1936— que aprendió que no se podía vivir, en el sentido de la palabra, vivir, sin condenarse a la muerte.
—Por eso me gusta tanto decirlo. —murmura ella. —Es bueno recordarte que cada beso es una astilla más para la madera de nuestros ataúdes, Daniel.
Él suspira. Durante un segundo, se pregunta, con voz quebrada, por qué no podían ser las cosas más fáciles. Por qué todo se terminaba volviendo siempre tan complicado.
Se frota los ojos, cansados de tantos días sin dormir por el amor en el corazón y el miedo en la mente. Porque cada suspiro puede ser el último, y cada beso afila un poco más la espada de Damocles que pende sobre las dos. Y lo único que les quedan son las sonrisas del otro mientras los grises ajustan la mira de sus fusiles.
—Pues debo tener complejo de carcoma, porque me muero por saborear tu piel —sonríe, tratando de que la fe supere, por una vez, a la razón.
Comentarios
(también me encanta la nueva imagen)
Sonrisas espolvoreadas!
(Un beso muy dulce)
(achuchón bien fuerte)
Lo tuyo ya no es normal, eres demasiado genial :)
Un beso enorme bonita!
Y que se fastidie Franco -con ojos de fuego-.
hace mucho que no me paso por aquí, lo siento.
(te compensaré
con "esos" caramelos que tanto nos gustan)
bonitocambiodelook
Un beso enorme. =)
Es una preciosidad, y el último juego de palabras...
Un abrazo calentito