Fantaasmaaaa

-Oh, venga... -exclamé. -¡No, no! ¡Por ahí no! ¡No! ¡¡Salta, coñe, salta!! -grité aporreando el mando como una loca.
Pues no saltó. En cuanto el monigote de mi hermana ganó la partida, ella frunció el ceño:
-¿Quieres dejar de gritar?
-Este juego da asco. Además, me ha tocado el mando malo.
Sonrió.
-¿El que tiene mal la palanca y un punto rojo debajo?
-Sí... -le di la vuelta. Oh, si la carcasa negra estaba nuevecita.
Lucrecia me mostró su mando, marcado con ese dichoso punto.
-Lo cogí yo para que no protestases. Si has perdido es porque eres una manta.
-Y el juego da asco.
-Lo que tú digas. ¿Echas otra?
-La última. -dije por cuarta vez. Miré aburrida cómo Lu configuraba la partida.
De repente, vi de reojo algo moviéndose por el pasillo. Grité mientras me ponía en pie: el mando de mis rodillas cayó al suelo. Lucrecia me miró con evidente fastidio.
-¿Qué pasa? ¿Has vuelto a morir?
-Lu, ¿no has...? ¿No lo has visto?
-No, ¿el qué?
-¡Esa cosa en el pasillo!
Me armé de valor y me asomé. Nada.
Volví a mi silla mientras Lucrecia, desdeñosa, sacudía su vestido.
-¿Ya?
-No... Oigo algo, Lucrecia.
-¿El qué?
-Un ruido... como un lamento muy alejado.
-El abuelo no está, así que no tienes que llamar la atención de nadie. Esto no es uno de tus sueños, met.
-Cállate. -le espeté, herida. Saqué le móvil y marqué los primeros números de Emergencias.
Luego, me aventuré en los pasillos.
Siempre estuve orgullosa de vivir en una casa grande, pero cuando avanzaba con un móvil como arma y el miedo en mi pulso tembloroso, lo maldije mil veces.
Y volví a ver aquella cosa.
Era una mujer que se agazapaba en un rincón de la habitación de mi abuelo, sollozando en una esquina.
Aunque me costó, esos tirabuzones castaños, el camisón blanco y viejo, eran inconfundibles.
-¿Marta? -exclamé impulsivamente. Me arrepentí, ¿cómo iba a ser ella? Marta estaba muerta desde hacía veintipico años.
Pero, cuando se limpió los ojos y los ancló en mí, dejé caer el móvil. Esa mujer que parecía una fotografía descolorida era Marta.
-¿Cómo... puede...? -balbuceé.
-¿Sabes quién soy? -me ayudó.
-¡Claro! El abu... Quiero decir, Jonah siempre nos hablaba de ti cuando éramos pequeñas.
-Am... ¿Eres met o Lu? La verdad es que no lo sé, siempre me ha costado mucho distinguiros. -me sonrió.
-Met. Lu es la que siempre lleva falda o vestido. -dije, todavía pasmada.
-Bien. met, escucha, me has dicho que ya sabes que fui la pareja de Jonah.
-Sí, pero ¡moriste! -la acusé.
-No me digas. Pero no puedo evitar quedarme aquí.
Se puso en pie y miró largo rato la fotografía que descansaba a la cabecera de la cama, en la que aparecíamos Lu, el abuelo y yo.
-¿Sabes?, sé que Jonah nunca llevó demasiado bien la relación que tuvimos nuestra hija y yo. Me alegra mucho que haya encontrado una verdadera familia.
-Sigo sin entender qué haces tú aquí.
-No puedo evitar ver cómo avanza su vida... -murmuró el fantasma. -Escucha, met... Por favor, no le digas nada a Jonah.
-Escucha, esto no es Entre fantasmas, pero ¿no hay otro lado al que puedas, o debas ir?
-Prefiero ver cómo va la vida de mi marido. -me respondió con mucha tristeza.-Pero no debes decirle nada a nadie. O Jonah sentiría la misma tristeza que yo...
no sabría deciros si fue un sueño o no. hay veces en las que no puedo distinguir si es un recuerdo real o soñado.
no he vuelto a ver esa imagen descolorida y vieja en la que se había convertido la amada de mi abuelo.

Comentarios

Carlos ha dicho que…
Muy bueno :)
Un beso
tienes una sorpresa en mi blog