cosas de *divas*
preparados
listos
dale un segundo más a la canción . . .
espera un pelín más, anda-
¿hace buen día por ahí?
...¡ya!...
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Parecían dos jóvenes besándose. Bueno, lo eran, me refiero a que parecían dos jóvenes más. Se besaban, se abrazaban como otros cualquiera, y nadie que les viese sospecharía de ellos nada diferente. Tal vez el aspecto de ella era muy aniñado, y él tenía unos ojos tan pensativos.
Sí, nada especial, hasta que, en pleno beso, ella se apartó de él. Le miró a los ojos, acarició su mejilla, sonrió y echó a correr.
Él se quedó parado en el sitio hasta que comenzó a correr tras ella, intentando alcanzarla con el pánico pintado en su cara.
Ella traspasó aquel semáforo rojo escasos segundos antes de que los coches arrancasen: él tuvo que esperar a que volviese a cambiar con el terror creciendo en su interior.
Ella entró en la primera tienda, cogió unas prendas y entró al probador: arrojó fuera su ropa, justo donde él ya había llegado. Corrió fuera, ella, mientras él se veía obligado a tirar la antigua ropa y pagar por ella.
Ella entró en aquel escenario por la puerta de atrás y corrió por los pasillos vacíos mientras se echaba el pelo lacio hacia atrás; el guardaespaldas que custodiaba la entrada le miró con cara de pocos amigos a él. Tendría que buscar una ruta alternativa para verla.
El público chilló en cuanto sus nuevas botas pisaron el escenario: ella agarró el micrófono y comenzó a cantar la letra de aquella canción que tan famosa la había hecho. Un segundo más, y habría entrado tarde, pero ella adoraba llegar al límite, que no tarde. Él se abrió paso a codazos entre el público, fascinado por su voz, su aspecto infantil desgarrado por la ropa nueva, sus ojos cerrados como siempre que cantaba.
Tras tocar su canción estrella -la guinda del pastel del concierto-, ella sonrió, le enseñó su lengua taladrada por un pequeño piercing exclusivamente a él, volvió a echarse el pelo hacia atrás y salió del escenario por la misma puerta trasera por la que se había introducido.
Él echó a correr, y logró interceptarla antes de que terminase de huir, pero sólo porque ella había decidido darle unos segundos. En aquel pasillo abandonado, él volvió a introducir su lengua entre los labios de ella. Él se apartó para pedirle una explicación -jadeando todavía-, y ella soportó serenamente aquellos ojos.
-¿Y bien? ¿Puedo saber de qué huías?
-Es que me di cuenta de que empezabas a apolillarte. -dijo con burla. Le besó con cierta rabia; le apartó de sí de un empujón en pleno clímax de su excitación, demostrando un control del que él parecía carecer. -Y recuerda que soy una nueva diva. Como comprenderás, no puedo andar de la mano de un yogurín. Es lo que me faltaba.
-Soy mayor que tú, recuérdalo. ¿Y ahora las divas recorren la ciudad corriendo para no llegar tarde?
-¿Quién nos lo impedirá? -respondió con su sorna. Parecía una niña tan buena, y tenía un fuego que quemaba tanto por dentro.
A él le bastaba, sonrió para sí mientras se daban otro destructivo beso.
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Un beso