Águila, grita al fondo del bosque


Adler mira las copas de los árboles mecidas por el viento con un gesto desafiante ardiendo en sus pupilas.
De repente, el aullido del viento en el bosque es diferente. Son voces que van subiendo de volumen.
Que están susurrándole.
Los árboles tienen vida. Águila grita al fondo del bosque…
Alguien apoya una mano en su hombro.
Adler se da la vuelta y mira con recelo a la mujer de pelo llameante, muy rizado, que le devuelve la mirada.
-Mm. –gruñe él.
Siguen mirándose, enfrentando los ojos muy negros de Adler y los duros, azules, de esa mujer.
-¿Estás bien? –continúa ella.
-Sí. –dice parcamente. Vuelve a mirar a los árboles.
Ahora sus voces no ascienden de volumen. Tal vez no quieran que Jenell Schint las oiga.
-Genial. No me gustaría que mi médium sufriese una recaída en su primer día de trabajo. –dice la detective echando a andar.
-Ya le he dicho que no estoy en mi mejor momento–dice Adler, siguiéndola sin dejar de mirar hacia los árboles con recelo.
-Bueno, insistí en contratarte. Tenía que aprovechar que aceptaste antes de que se te ocurriese renunciar.
-No intente preveer mis actos. –suelta Adler con aspereza.
-Lo cierto es que preví que intentarías acabar con tu vida.
-Y me di un tiro, sí, cierto. –dice molesto. Hace un gesto hacia la casa. –Usted primero.
Schint le mira de reojo mientras sigue avanzando. Llama educadamente a la puerta.
Una mujer ojerosa abre.
-Señora Heiss, soy la detective Jenell Schint, de la policía. Éste es mi… colaborador, Adler Fliegt. Gracias… No nos entretendremos. –aclara Schint rápidamente cuando la mujer se aparta para que pasen. Rechaza el sofá que le ofrece. Adler mira los cuadros fingiendo desinterés. -Sólo quiero repasar lo ocurrido.
-Mi hijo Jiem desapareció en el bosque que rodea esta casa hace dos días. –dice parcamente. –Practicaba sus lanzamientos de béisbol. Y, de repente, no estaba. Supongo que le atacaría algún lobo, o que se perdería.
Los ojos de Adler la miran de reojo. Ha llorado mucho, pero no parece preocupada. Tranquila.
Sigue mirando las fotografías. Sin previo aviso, Adler nota que sus piernas fallan; se apoya en el respaldo del sofá mientras utiliza la mano libre para apretar su frente, en un vano intento de detener las intensas punzadas que le embargan.
-Adler-le llama Schint. Él se desespera en ignorarla, tiene que captar los detalles. Es todo muy borroso y limitado. El cielo está nublado, y ve la copa de algún árbol. Un trueno corta el 'silencio'.
No se mueve porque está tremendamente cansado. Es lo único que siente, de hecho.
-¡Adler!-repite Schint con urgencia. Tendrá que aleccionarla un poco sobre las visiones y lo de interrumpirlas.
Mierda, está en el suelo, se habrá desplomado por la visión. La vieja, afortunadamente, no está en ese cuarto. Adler se pone en pie dignamente.
-Tal vez tu novia y tú estabais en lo cierto, aún es pronto... –murmura Schint, insegura. Se calla: la señora regresa de la cocina. Les mira, nota que hay algo diferente.
-Iremos a echar un vistazo al bosque, si no le importa. –dice Schint, dirigiéndose hacia la salida. La mujer asiente; Adler no se mueve.
-¿Cómo es que está tan tranquila?-suelta. -¿No le preocupa que su hijo esté herido, o lo que los lobos puedan haberle hecho?
-Adler, ¿verdad? –dice la señora, igual de seria. No espera respuesta–: No, no me preocupa.
Adler espera algo que no llega, así que sigue a Schint fuera. La mujer cierra sin otra palabra para ellos.
-Adler, ¿qué ha sido eso? No puedes hablarle así a una mujer que tiene el alma en vilo por su hijo. –le riñe Schint. Para no tener que hacerle frente, Adler echa a andar, entrando en el bosque. El suelo es muy irregular, la verdad.
-Es que estaba muy tranquila. Si no puedo decir lo que pienso, no debería estar aquí. –protesta.
Su mente, paralelamente, sigue dándole vueltas. Primero, las palabras de los árboles. Luego, esa visión, en la que estaba tumbado.
-Tuve una visión en la casa. -confiesa. -Sólo veía el cielo, la verdad. Y oí un relámpago.
-El relámpago fue real. Yo lo oí también. –dice Schint. Adler se queda parado, pero no la mira.
-¿Que lo oíste? –repite. –En las visiones casi nunca me llegan los ruidos ambientales, es raro…
Y, de repente, oye un graznido a lo lejos.
Lanza un grito y echa a correr desesperadamente, internándose siempre en el bosque.
-¡Adler! –grita Schint, corriendo detrás. -¿Qué te pasa?
-¡¡Está al fondo del bosque!! –responde sin pararse, esquivando árboles, piedras y desniveles. -¡¡Eso me dijo la voz!! ¡Los árboles tienen vida, águila grita al fondo del bosque! ¡¡Pensé que con águila se refería al ave, pero es mi nombre!! ¡Águila/Adler, [él] grita al fondo del bosque! ¡¡Y luego, la visión, el trueno que oímos!! ¡¡Quiere decir que Jiem está lo bastante cerca como para oír el mismo trueno!! –Adler se lleva una mano a su pecho agitado. Intenta olvidar por un momento quién es, centrarse en las emociones de ese chico conectado con él… y todavía lo consigue, pero está aún más exhausto que antes. -¡¡Está al fondo del bosque, y está esperándome!!
-¡¿Cómo lo sabes?! –jadea Schint.
-¡¡Pide ayuda o deja de seguirme!! –le espeta Adler sin pararse. De repente, nota una punzada en el pecho; tropieza y cae, rueda por la colina. Se incorpora, mira a su alrededor con confusión.
Schint desciende y trata de ayudarle. Pero Adler la aparta y, conteniendo la respiración, se levanta y mira un sanguinolento bulto en el suelo. Schint lo ve también y corre a su lado. Se estremece: el cuerpo está destrozado. Incluso ha perdido un ojo. Apoya su mano en su cuello caliente, desgarrado por unas zarpas.
-No va a tener pulso. –dice la sombría voz de Adler tras ella. –Está ya muerto.
Schint vuelve el rostro hacia él un momento: está apoyado sobre un árbol y mira el suelo. Durante un momento, la rabia la invade. Vuelve a estar tan endemoniadamente tranquilo como siempre.
-¡Hace un momento sentías lo que él, o eso parecía!
-Hace un momento. –repite él. Sin que Schint le vea -está ocupada intentando reanimar al chico-, se lleva una mano al corazón.Suspira: deja caer el brazo.
-Pero ya no. La punzada que me hizo caer fue la rotura del vínculo. A veces no hay nada que hacer.

Le faltaba un ojo. Por eso en la visión contemplaba el cielo gris de una forma tan rara: sólo por un ojo. Adler no deja de pensar en ello.
-Lamento informarle de que su hijo ha muerto. –dice Schint con cara de pesar. Adler hace una mueca: se pregunta si realmente estará tan trastocada. La mujer, en cambio, se acerca a Adler y mira las fotos que tanto contempla él.
-Llegamos un minuto tarde. –dice Adler sin dejar de observarlas.
-Lo sé. –responde la madre parcamente.
-¿Sabía que estaba vivo mientras hablábamos?
-Sabía que usted llegaría tarde. –completa. Adler la mira fijamente: ella sigue contemplando los cuadros.
-¿Por qué no dijo nada?
-No habría cambiado las cosas. -dice con calma. -En árabe se dice...
-Maktub. -completa él. Vuelve a mirar las fotografías: la mujer tarda en romper el silencio.
-Sí. A veces no hay nada que hacer.

Comentarios

Carlos ha dicho que…
lo que me decías de la última frase, aquí lo has cumplido a la perfección :D
Un beso