Duro oficio
-Inyéctale morfina, rápido, y pásame...
El ruido de un busca interrumpió nuestra tarea. Los demás siguieron trabajando mientras yo, sin dejar de presionar sobre la herida con la mano derecha, con la izquierda miré el busca.
-Encargaos de esto, chicos. -exclamé mientras me dirigía fuera a zancadas rápidas. Me saqué el pelo del interior de la bata, me recoloqué el estetoscopio y seguí andando.
Una enfermera salió a mi paso.
-Charlie, tienes que venir.
-No puedo, Marie, me llaman por...
- ¡Hay un paciente en la azotea! ¡Dice que se tirará! -soltó, temblando por los nervios.
-Em... ¿David? -dije, vacilante. Esperé que el corrillo de enfermeras y médicos allí vigilando me hubiese soplado bien su nombre.
El hombre, sentado al borde de la azotea y con las piernas suspendidas en el vacío, ni se dignó a mirarme. Exhalé el suspiro más trémulo de mi vida y di otro paso.
¡¡Malditas azoteas del...!!
Pero un médico aprende a serenarse para calmar a sus pacientes.
-David, soy la doctora Charlie. Trabajo en el hospital Monnet. ¿Quiere... quiere decirme qué hace aquí?
-No se acerque. O saltaré. -me dijo con voz ronca.
-No me acercaré. -prometí. Cuando se dio la vuelta para seguir contemplando el tráfico parisino, di un paso. -Pero no me ha respondido.
-Qué quiere que le diga.
-Los secretos son como una enfermedad, David. Si no los compartimos...
- ¿En qué novela leyó eso?
-Una serie de televisión de hace unos años. Moonlight. Con los nervios me patinan neuronas.
-Suélteme el cliché más típico que pueda ocurrírsele.
-Em... No sé, dígame usted...
-No, intente adivinarlo.
Aquel maldito loco de impulsos homicidas tenía un sentido del humor muy peculiar.
-Tu mujer se suicidó por tu culpa. -solté, lo primero que me pasó por la cabeza.
-Casi. Enfermó por mi culpa. Y la ayudé a morir.
- ¿De veras? -dije sorprendida. Di otro paso.
Oí las exclamaciones de mis compañeros cuando tropecé, cada vez más cerca del borde. Logré sobreponerme al mareo, respiré hondo y di otro paso más.
-Sí. La engañé. Entonces comenzó a padecer del corazón. Llegó un momento en el que me dijo que quería morir. Me lo repitió durante días, cuando limpiaba la habitación en la que estaba postrada. Y la hice caso... Joder, la acerqué hasta la máquina y se desconectó. Joder... -agregó, bajando la cabeza. Estaba llorando.
Y saltaría.
Di dos pasos más. Estuve a punto de caer; apoyé la mano en el suelo para mantenerme en pie. El mundo dejó de dar caóticas vueltas.
Sacudí mi bata con los retazos de mi dignidad y le tendí la mano.
- ¿Vértigo? -me dijo con curiosidad.
-Acrofobia.
-Si cogiese su mano, los dos nos caeríamos por la azotea. No le hace nada bien acercarse al borde, ¿lo sabía? -me señaló, riendo al verme temblar.
Yo respondí muy dignamente pese al pánico.
-Pero usted no caería solo.
Se quedó callado.
-Bah, a la mierda todo. -maldijo.
Se puso en pie.
Y estrechó mi mano.
-No se ofenda, doctora Charlie, pero un poco más y sería yo el que tendría que salvarla de caer. -dijo, riéndose otra vez, mientras volvíamos con los enfermeros y médicos.
Estaba completamente pálida y comenzaba a temblarme todo el cuerpo por el terror pasado, pero todavía tuve tiempo de responder antes de que mis compañeros me rodeasen, intentando calmarme y felicitarme.
-Ahora que ha decidido seguir con su vida, le daré un consejo -miré mi bata, manchada por la sangre del paciente que estaba cosiendo antes de que me sonase el busca-: nunca lleve busca o móvil. Y no se meta a médico, por Dios santo.
El ruido de un busca interrumpió nuestra tarea. Los demás siguieron trabajando mientras yo, sin dejar de presionar sobre la herida con la mano derecha, con la izquierda miré el busca.
-Encargaos de esto, chicos. -exclamé mientras me dirigía fuera a zancadas rápidas. Me saqué el pelo del interior de la bata, me recoloqué el estetoscopio y seguí andando.
Una enfermera salió a mi paso.
-Charlie, tienes que venir.
-No puedo, Marie, me llaman por...
- ¡Hay un paciente en la azotea! ¡Dice que se tirará! -soltó, temblando por los nervios.
-Em... ¿David? -dije, vacilante. Esperé que el corrillo de enfermeras y médicos allí vigilando me hubiese soplado bien su nombre.
El hombre, sentado al borde de la azotea y con las piernas suspendidas en el vacío, ni se dignó a mirarme. Exhalé el suspiro más trémulo de mi vida y di otro paso.
¡¡Malditas azoteas del...!!
Pero un médico aprende a serenarse para calmar a sus pacientes.
-David, soy la doctora Charlie. Trabajo en el hospital Monnet. ¿Quiere... quiere decirme qué hace aquí?
-No se acerque. O saltaré. -me dijo con voz ronca.
-No me acercaré. -prometí. Cuando se dio la vuelta para seguir contemplando el tráfico parisino, di un paso. -Pero no me ha respondido.
-Qué quiere que le diga.
-Los secretos son como una enfermedad, David. Si no los compartimos...
- ¿En qué novela leyó eso?
-Una serie de televisión de hace unos años. Moonlight. Con los nervios me patinan neuronas.
-Suélteme el cliché más típico que pueda ocurrírsele.
-Em... No sé, dígame usted...
-No, intente adivinarlo.
Aquel maldito loco de impulsos homicidas tenía un sentido del humor muy peculiar.
-Tu mujer se suicidó por tu culpa. -solté, lo primero que me pasó por la cabeza.
-Casi. Enfermó por mi culpa. Y la ayudé a morir.
- ¿De veras? -dije sorprendida. Di otro paso.
Oí las exclamaciones de mis compañeros cuando tropecé, cada vez más cerca del borde. Logré sobreponerme al mareo, respiré hondo y di otro paso más.
-Sí. La engañé. Entonces comenzó a padecer del corazón. Llegó un momento en el que me dijo que quería morir. Me lo repitió durante días, cuando limpiaba la habitación en la que estaba postrada. Y la hice caso... Joder, la acerqué hasta la máquina y se desconectó. Joder... -agregó, bajando la cabeza. Estaba llorando.
Y saltaría.
Di dos pasos más. Estuve a punto de caer; apoyé la mano en el suelo para mantenerme en pie. El mundo dejó de dar caóticas vueltas.
Sacudí mi bata con los retazos de mi dignidad y le tendí la mano.
- ¿Vértigo? -me dijo con curiosidad.
-Acrofobia.
-Si cogiese su mano, los dos nos caeríamos por la azotea. No le hace nada bien acercarse al borde, ¿lo sabía? -me señaló, riendo al verme temblar.
Yo respondí muy dignamente pese al pánico.
-Pero usted no caería solo.
Se quedó callado.
-Bah, a la mierda todo. -maldijo.
Se puso en pie.
Y estrechó mi mano.
-No se ofenda, doctora Charlie, pero un poco más y sería yo el que tendría que salvarla de caer. -dijo, riéndose otra vez, mientras volvíamos con los enfermeros y médicos.
Estaba completamente pálida y comenzaba a temblarme todo el cuerpo por el terror pasado, pero todavía tuve tiempo de responder antes de que mis compañeros me rodeasen, intentando calmarme y felicitarme.
-Ahora que ha decidido seguir con su vida, le daré un consejo -miré mi bata, manchada por la sangre del paciente que estaba cosiendo antes de que me sonase el busca-: nunca lleve busca o móvil. Y no se meta a médico, por Dios santo.
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Besoss (L