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Pilares.

 Dentro de mí hay una cajita de tristeza. Se ha ido llenando con los años. Era injustamente pequeña cuando apareció por primera vez porque alguien se fue. Solo quedó de ella esta cajita. Al principio, se desbordaba. Estaba siempre abierta, y radiaba y radiaba y radiaba nostalgia. Me comía. La empujé al fondo, hay que vivir, ¿sabes?, la empujé al fondo y poco a poco radiaba y radiaba menos. Me empapaba menos. Se podía vivir. La cajita ha vuelto. Ha vuelto de repente y ha vuelto muy fuerte. A veces, a ratos, no está siquiera abierta. La noto cerrada, ocupándome el pecho, bajo el esternón, haciéndose hueco en las costillas. Los primeros días, no había más que la caja. Me hacía daño en los huesos y radiaba oledas tan duras que a veces se me secaban los ojos antes que ella. La caja pesa. La caja pesa porque quería mucho a su dueña, supongo, y ella también me quería a mí. El caso es que la dueña ha tenido que irse, eso no es lo trágico, todes nos vamos al final. La tragedia es la nostalgia.

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